Banquete onírico Inédito (Circa 1988)


(A partir del comentario de Francisco Pedroza, sencillo y caraqueñísimo  candidato presidencial de su Partido Legalista de Venezuela, quien aseguró que CAP tenía matas de caviar en su casa.) 

Manos elegantes en alto, blancas, de manicures perfectas; entre los dedos sonreídos de oro y diamantes, y perlas, y rubíes, y esmeraldas, los racimos de caviar descendían desde las no muy altas ramas de los lozanos y fuertes ejemplares del rarísimo y codiciado árbol.

Cada tres o cuatro mesas, prestos a acudir a la sleeperette más cercana, los molinillos del paté dé fois, fresco como ninguno, puesto que en la parte inferior, en una jaulita dorada, retozaban inocentes los casi extintos fois, acurrucándose gustosos en la mano que escogía el próximo. Maravillan por igual su celestial sabor y su carencia de hígado.

Los circunstantes amantes de la aventura podían cazar personalmente, o a través de los criados dispuestos para ello, a la encina, astuto animalito que desafía la sagacidad de cazadores y de perros y cerdos entrenados en olfatear sus criadillas, llamadas trufas, de común negras y excepcionalmente blancas, manjar que es tenido en gran estima. Una vez acorralada la horrorosa encina, de pelaje ralo y pigmentado como camuflageado, concede la victoria a sus opositores ofrendándoles su escroto inflado de grasa, que al desprevenido cazador parecen las deseadas criadillas, las que el animal ha ocultado en su cuerpo. Perros y cerdos duchos acosan a la encina, que presa de miedo, inmóvil, abre sus fauces dispuesta a ser despojada de las criadillas que el susto ha llevado a su garganta.

En estanques transparentes de aguas transparentes, acuatizan las fabulosas langostas, increíbles anfibios que igual devoran una extensa plantación en grupo o permanece sola bajo el agua; todo esto sin contar con una boca, razón por la cual es un arcano indescifrable hasta ahora su alimentación en cautiverio. Fieles a la norma que reza que la mejor manera de consumirlas es recién sacadas del agua, los comensales esperan a que cada tanto sean desalojados de agua los estanques y proceden a escoger su propia langosta. Este increíble animal cuando es capturado en su fase aérea presenta un sabor tan desagradable como el del saltamontes.

Los comensales brindan incesantemente con las fascinantes uvas champaña, las cuales al ser mordidas desatan en el paladar la euforia de millones de burbujas de leve tenor alcohólico. 

En la sala de fumadores, sin pausa, son encendidos los míticos habanos de salmón fumé. Los niños, los invitados más ancianos y los que buscan un postre que aligere la digestión se acercan hasta el jardín de los tutifruti; este extraño árbol de frutos perennes y hojas anuales es originario del lejano oriente, contrariamente a la creencia de que provienen de la Península Itálica, aunque es generalmente aceptado que Marco Polo trajo por primera vez sus frutos y semillas desde Catay. Los frutos poseen el sabor y aroma de todas las frutas juntas, no tienen piel ni semillas; pues éstas crecen separadas del fruto; esto facilita el disfrute de sus sabores; además, su tamaño es ideal para ser consumida de un mordisco y un bocado. Cuando se cosecha y se deja secar, reduce su volumen y concentra sus sabores, aunque se torna correoso a masticarlo, algunos encuentran en esto su principal mérito, y gustan de mantenerlo en sus bocas, pudiendo los más habilidosos, hacer pompas de gran tamaño, que con frecuencia se desinflan; divertidamente, sobre los rostros de sus creadores.

La esplendidez del banquete propicia la intervención de Morfeo, deidad oriental de los barbitúricos, poseedora de innumerables y acolchadísimos brazos que acogen a los comensales.