Nuestra solución final Inédito (1988)
(Sobre la idea de la Junta Revolucionaria Sandinista que en medio de una feroz crisis económica pretendió cambiar la economía del país en una noche. Hasta los expertos soviéticos fracasaron en el intento de convencerlos de lo contrario. El ultrasecreto plan incluía pena de muerte sumaria a quien lo develase. El fracaso también trataron de ocultarlo, pero eso era bastante más difícil).
Fiel a su promesa electoral de acabar aquella corrupción; comenzaron los preparativos del plan secreto, la solución final. Los análisis más profundos, las simulaciones computarizadas, el estudio de modelos, la concepción de las ideas más insólitas para explicar la crisis no llevaba a otro camino. El problema éramos nosotros. Había que repoblar el Terrítorio Na cional. A tal efecto se designó una comisión secreta de altísimo nivel que negociaría la bomba sólo-mata-gente que nos libraría del mal. Asimismo, comenzó la organización de la, también ultrasecreta búsqueda de los 50 venezolanitos más inteligentes, más fuertes, más sanos y menos corruptos. Ellos serían los únicos sobrevivientes, los afortunados encargados de prolongar la especie depurada. La Nueva Raza. Cuatro años antes, serían enviados al exterior, con el pretexto de que estudiaran y se especializaran, y no estuvieran presentes en el glorioso instante del hara kiri nacional.
La rigurosa selección, disfrazada de
novísimo plan de becas, se inició el mismo día de la toma de posesión; se
escudriñó el país, en todo sitio donde potencialmente se hallara un venezolano
modelo se buscó. Se hacían pruebas vocacionales en los prestigiosísimos
subterráneos del metro, lo que reforzaba la confianza en la rectitud del
proceso. Se publicitó a las becas como la solución a las dificultades e la
administración del país con profesiones para el futuro: Ingeniería, Medicina,
Computación, Derecho, Comunicación Social, Física Nuclear, Química, Metalurgia,
Veterinaria, Agronomía y otras para ambos sexos. Sólo estaba vedada la
peluquería para ellos. Despertó el aletargado patriotismo en unos pocos y en
muchos los deseos de ir al exterior en tiempos de dólar caro. Se hacían
análisis genéticos, para garantizar la inexistencia de taras. El mayor
coeficiente intelectual era superado pronto con un nuevo hallazgo. La patria
enfervorecida se palpaba todos los rincones. Cada padre veía en su retoño un
Einstein, y como tenía 12, ¡el país estaba salvado!.
La prueba más difícil era la de honestidad
absoluta. Prominentes cerebros, saludes a toda prueba sucumbían ante la tentación
y se descontaban por centenares. Por momentos parecía imposible llenar el
campo. Al fin se dieron a conocer los
escogidos. Hubo el normal revuelo, dimes y diretes, llamaron la atención
ciertos nombres. Protestas. Y se enviaron a EE.UU, Europa y Japón.
Entretanto las negociaciones por la
sólo-mata-gente progresaban lentamente. En paralelo, se iba preparando el
testamento colectivo, para que todos los bienes nacionales pasaran a ser
manejados por los escogidos, siempre y cuando vivieran en nuestro territorio.
Todo estaba pensado y calculado. La muerte inmediata premiaría a aquel que
revelase detalle alguno. En lo más alto del poder, ansiosamente se esperaba la
llegada del día. Entraría a la historia como nadie lo había hecho. Lista la
contratación de la bomba. Hubo un sobrio brindis. Se reafirmaron los juramentos
de fidelidad a la causa.
Ante la inminencia de la hora verdadera,
dimitieron algunos ministros aduciendo motivos de salud. Ausentándose
discretamente. Todo estaba atado. Tres días antes un rumor incendió el país. El
desmentido fue rotundo. Llamado a la
cordura. Nada que temer. El propio líder lo dijo sonreído. Los más desconfiados
que pudieron hacerlo, se fueron. Llegó el día.
Cayó la bomba. No explotó. 45 % de comisión.